Una educación feminista para la transformación social

Autora: Fernanda Jaquelín Aguirre Paredes

“Debemos tener valentía para aprender del pasado y trabajar 

por un futuro en el que los principios feministas puedan regir en 

todos los ámbitos públicos y privados de nuestras vidas” 

Hooks B. (2000) 

El feminismo no es un movimiento reciente, se ha hablado de él durante los últimos años “El feminismo comenzó hace 300 años… La primera ola dio inicio en el siglo XVIII, esa fue la primera vez en la Historia que grupos de mujeres lucharon juntas por sus derechos” (Varela, 2019: 19). 

No obstante, hoy en día se ha vuelto un tema recurrente en los sucesos y acontecimientos de índole política y social en diversas latitudes del mundo. Podemos incluso decir que su presencia refleja el espíritu de las preocupaciones y urgencias de esta época: poder visibilizar y transformar las condiciones de opresión, violencia, exclusión y sobre todo sometimiento, que históricamente han sufrido las mujeres y las personas gestantes y que siguen reproduciendo un modelo de hegemonía patriarcal. 

Ahora bien, son tantas y tan diversas las ideas, los conceptos y las categorías que se vierten acerca de lo que el feminismo defiende, de sus propósitos, sus fines e incluso de sus métodos, que llega a ser muy complicado, por no decir casi imposible, encontrar y dar con una definición completa de lo que podría ser considero feminismo, eso a su vez ha desembocado en una marejada de interpretaciones, opiniones y juicios de valor tan diversos, que van desde el apoyo, el reconocimiento y el ensalzamiento de las posturas feministas, hasta el extremo contrario de las posturas que demeritan, critican o incluso combaten sus fines. 

La falta de comprensión de la política feminista y de los movimientos que surgen de ella, reflejan algo evidente, hay un campo de acción para la pedagogía, dicho de otro modo, podemos constatar la importancia y la urgencia de una educación sostenido por bases en la comprensión del feminismo y por ende en la comprensión de las relaciones de poder existentes en la sociedad actual. “La educación, como la cultura o la socialización, no son elementos neutrales ya que, o bien pueden ser responsables de normalizar y reproducir sociedades desiguales, o bien pueden servir como herramientas de transformación para ciudadanías en igualdad” (Martínez, 2016: 131). 

Una educación que lleve a cabo un ejercicio de autorreflexión a través del diálogo con todas las posturas, los prejuicios y las creencias que puedan existir o emanar a partir del feminismo, dan como resultado el entendimiento y la justificación, mostrando de manera clara la importancia de un movimiento que se muestra como una de transformación. 

Una educación feminista en la era de la opinocracia 

Para poder comprender la raíz del feminismo y la importancia de una educación para su comprensión, es necesario reconocer el problema central: la desigualdad que existe entre hombres y mujeres o personas gestantes. 

Lo que somos, hacemos, decimos, sentimos, lo que pensamos de los demás e incluso lo que pensamos de nosotras mismas está atravesado por siglos y siglos de sistemas patriarcales que sin darnos cuenta han reproducido todo un modelo sexista. Tanto hombres como mujeres somos sujetos sociales activos; sin embargo, en una sociedad comandada por un sistema neoliberal permeado de cosmovisión meritocráticos, las desigualdades se presentan como elementos necesarios para mantener y reproducir la desigualdad de género en todos los ámbitos de la vida, en el ámbito educativo por ejemplo, los hombres aprenden desde los primeros años de vida a hacer uso de los privilegios de su género, mientras que las mujeres son educadas para aceptar la dominación masculina de la que se espera nunca salgan, pues durante toda su vida el machismo se cubre y se invisibiliza en prácticas sutiles que llegan a normalizar la dominación. 

No es que se trate de un orden natural o de una ley que no pueda modificarse, se trata más bien de una construcción social, una visión del mundo con la que el hombre satisface su sed de dominio, pero que no puede ser percibida con facilidad, porque justo en ese elemento radica el poder de la normalización, en la asimilación de que un fenómeno es natural sólo porque no se ha podido modificar. 

No suele ser hasta la edad adulta cuando el feminismo y con ello la reflexión en torno a la opresión y sometimiento, hace su aparición en la vida de algunas mujeres en una suerte de despertar político, a veces demasiado tardío, pues para entonces es preciso desaprender y reparar las heridas sufridas desde los orígenes de la opresión. Este proceso suele darse a través del reconocimiento y la reflexión de que las condiciones que perpetúan y mantienen el estado actual de las cosas, perjudica las relaciones de una parte de la sociedad. Conceptos como el de emancipación, liberación, deconstrucción y empoderamiento han jugado un papel clave en el proceso de concientización que tienen las mujeres y personas gestantes en torno a su posición de desventaja. 

Nos encontramos en un momento histórico en el que la lucha feminista se ha convertido en un tema de reflexión constante y recurrente, impregna casi en su totalidad los movimientos que luchan por la construcción de una sociedad solidaria, que basa la convivencia social en el diálogo y la transformación; por ello no es casual el surgimiento de discursos reaccionarios que buscan deslegitimar la lucha con señalamientos y juicios de desacreditación, de burla, de moda pasajera e incluso de equiparación con una idea totalitarista como el nazismo y la violencia injustificada 

O en segunda instancia y de modo aparentemente contrario, que aparezcan posiciones que se enarbolan en un discurso de apoyo sin justificación y sin comprensión. Es tanta la falta de reflexión y análisis del movimiento, que los hombres han llegado a llamarse a sí mismos “feministas”. Pareciera un acto de apoyo y solidaridad frente a la situación que viven las mujeres y personas gestante, pero en el fondo hay toda una concepción de triunfo por ocupar un lugar que no les corresponde, queriendo volverse parte de una lucha que no comprenden de manera real ni en toda su complejidad. El hombre no concibe su inasistencia ni su lugar en la lucha de otro sujeto que no es él, no concibe que su posición debe ser distinta y con ello reafirma las relaciones de poder que lo colocan en la posición que históricamente ha mantenido, la de opresor, con lo anterior, no se busca llegar a una postura separatista, sino que resulta prudente dejar claro que la posición práctica de la mujer y del hombre en el movimiento feminista es particular y debe ser respetado. “¿Quién mejor que los oprimidos se encontrará preparado para entender el significado terrible de una sociedad opresora? ¿Quién sentirá mejor que ellos los efectos de la opresión? ¿Quién mejor que ellos para comprender la necesidad de la liberación? Liberación a la que no llegarán por casualidad, sino por praxis de su búsqueda: por el conocimiento y reconocimiento de la necesidad de luchar por ella” (Freire, 1970: 42). Así pues, se hace patente la urgencia de una educación feminista desde temprana edad en todos los sujetos sociales, tanto hombres como mujeres, para poder allanar el terreno y distinguir los hechos de las opiniones y los prejuicios injustificados, así como entender el papel y la postura que corresponde tomar de cara a este movimiento. 

En los últimos años se ha puesto énfasis en los procesos educativos y se ha tratado de comprender cómo la escuela contribuye a la reproducción de sociedades desiguales. A menudo se menciona que en la educación formal, la posición es neutra, que las mujeres y los hombres tienen las mismas oportunidades y que no se hace distinción de género, pero la realidad es distinta, así lo muestran Marina Subirats y Cristina Brullet (1998) en su investigación sobre la desigualdad en los espacios escolares. 

“Esta investigación observó que en ninguna de las escuelas del estudio existían espacios de uso restringido para niños o para niñas y sin embargo se advertía fácilmente un uso diferente del espacio para cada uno de los dos grupos, que no procedía de una norma escolar explicita […] Las observaciones realizadas en el patio, durante los momentos de juego, reflejaban diferencias: los niños ocupaban el centro del espacio común, mientras las niñas solían jugar en espacios laterales y más reducidos. De nuevo esta distribución no se deriva de una norma escolar, sino de un orden establecido entre los dos grupos, que implica la existencia de una desigualdad.” 

Lo que el ejemplo nos muestra es que esa supuesta neutralidad discursiva de la educación formal, evade los roles que toman los niños y las niñas dentro de los espacios escolares, no problematiza sobre las relaciones de poder que existen y que son reales, no reconoce el papel histórico del hombre como opresor y de la mujer como sujeto oprimido, evade de manera consciente y sistemática las condiciones que han perpetuado el estado actual de las cosas, por lo tanto, si el machismo se haya tan arraigado en las micro prácticas sociales, (el uso de uniforme diferenciado o las normas de imagen para cada género) al grado de aparentar y constituir la normalidad, la educación feminista deberá romper en la misma escala las relaciones de poder y sujeción. Diseccionar cada aspecto de la vida educativa permite mirar lo que en su aparente insignificancia y simpleza esconde el verdadero problema, la desigualdad, educar en este sentido significa emancipar, reacomodar y reaprender. 

Una verdadera vuelta de tuerca en la educación formal implicaría reconocer de manera urgente que existe la desigualdad y que se debe actuar frente a ella mediante el cambio de los modelos educativos institucionales, incluyendo en los planes de estudio de toda la educación básica el reconocimiento del amplio espectro de la lucha feminista, es decir, su incidencia histórica, sus motivos de ser, sus principios y su complejidad a través de la reflexión, para que ello culmine en la comprensión de los relaciones de poder que existen en los contextos particulares y en la reflexión de la posición que ocupan los sujetos en la sociedad reconociendo cuál es el papel que a cada uno le toca desempeñar frente a un movimiento que interpela en cada ámbito de la vida, en la familia, la escuela, el trabajo, la vida pública, etc. La escuela entonces, dejaría de ser un espacio neutral y se convertiría en un espacio político, en la medida en la que se tome una postura y un compromiso ético frente a un problema social, una trinchera y un frente contra el sistema patriarcal hegemónico y la consciencia de la innegable reproducción y legitimación de las injusticias socialmente aceptadas. 

La educación escolar feminista también puede ser un germen de reflexión e incidencia en otros espacios sociales si logra transmitir la preocupación y la disposición de preguntarse acerca de lo que el feminismo es y sostiene, de sus formas de lograrlo y de sus principios. Esta es otra razón para sostener aun con más énfasis la importancia de una educación que integre la comprensión del feminismo: el impacto que emana del ámbito escolar, y que repercute en contextos sociales, familiares e incluso políticos. 

Se trata entonces de comenzar a modificar la cosmovisión errónea del feminismo, de tirar la barrera discursiva que carece de fundamento porque se cierra al dialogo con cualquier otro pensamiento que no se reconoce como propio, de mirarnos y poder identificar nuestra posición, de tener conciencia y poder considerar los beneficios que implican cambiar las relaciones de poder que existen en nuestra sociedad y finalmente poner en tela de juicio, no sólo este tema, sino cualquier otro que nos interpele directamente y en el que no estemos de acuerdo. 

Poner sobre la mesa los problemas sociales de nuestra época exige mirarnos y cuestionar, por ende es de vital importancia social, una educación feminista que ponga en tela de juicio la red de prácticas y saberes que configuran el modo de actuar y la sujeción de los sujetos hacia un saber determinado. Es vital una pedagogía desde la visión de los oprimidos, de las mujeres que construyen desde dentro y desde las periferias del machismo, otras formas de relación.

 

Referencias bibliográficas 

Freire, P. (1970). Pedagogía de los oprimidos. CDMX: Editorial Siglo XXI. Página 42. 

Hooks, B. (2000). El feminismo es para todo el mundo. Madrid: Editorial traficantes de sueños. Página 141. 

Martínez, I. (2016). Construcción de una pedagogía feminista para una ciudadanía transformadora y contra-hegemónica. Madrid: Foro de Educación. Página 131. 

Subirats, M; Brullet, C. (1998) Rosa y Azul: La transmisión de los géneros en la escuela mixta. Madrid: Ministerio de cultura. 

Varela N. (2019). Feminismo para principiantes. Madrid: Instituto de cultura y deporte. Página 19.

 

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